2 ene 2011

Dafrosia y Bladulfo


Dafrosia reparte butano. Literalmente. No es que parta el bacalao, metafóricamente hablando, o algo parecido, no. Es repartidora de butano. Va pitando con su camión por esas calles intrincadas e inextricables y subiendo bombonas a alturas insospechadas, con estoicismo helenístico o con un par, cada uno que elija la expresión que más se adapte a sus modos y pensamiento. Ha tenido que soportar muchos chistes en su vida laboral y no está para pamplinas.
Menos mal que hace tiempo encontró a Bladulfo, su alma gemela, su oasis, su fan infinito, su vecino.
Porque Bladulfo es de profesión vecino. Presta la sal, los huevos o la leche con un amor sin par hacia la humanidad en general y hacia Dafrosia en especial. Tiene ojos color cadmio que evocan las florecillas de los prados de cuando había prados con florecillas y sonríe con la dulzura de un ángel de cuadro flamenco.
A veces organizan encuentros hogariles entre ellos para colaborar mutuamente en la superación de sus infortunios, con mucho puré de patata, café con posos para adivinar el futuro y paella entre medias. No son pareja de hecho, pero podrían serlo de derecho o de tortuosidades.
Ella le desatora las tuberías de cal con una máquina de presión que heredó de su padre y hace un ruido infernal, mientras piensa en retozar con su Bladulfo. Él sueña con lamerle las orejitas, mientras cocina macarrones con ajo, pimentón de la Vera y anchoas de Cantabria. Y el viento sopla entre los olmos del parque que rodea su urbanización. Bueno, no hay olmos, pero podría haberlos, el mundo está lleno de posibilidades, ¿no?. También el loro de la del 4º podría ser un ruiseñor y cantar para no contar a grito pelao los cotilleos de esa casa, pero el mundo es imperfecto para mantener el potencial de adaptación. Tampoco viven en una urbanización, pero un bloque adosado a otros tresmil bloques siempre es urbanizable, es bonito vivir con  la esperanza de que arreglarán luz y alcantarillado un siglo de éstos.
Bladulfo y Dafrosia, Dafrosia y Bladulfo, tanto monta, monta tanto, pasean a veces por la playa contando cáscaras de coquinas y estrellitas de mar minúsculas. Juegan con las paletas dando la lata a los niños que hacen castillitos de arquitecto principiante en la arena marrón y a los novios que han decidido hacer espectáculo público de su magreo incondicional. Se ríen como locos por lo bajini cada vez que la pelotita le da en el ojo o en los cataplines a algún habitante de la playa.
Cuando están juntos en uno de esos momentos mismículos, sólo discuten si el agua caliente se venga con un frío siberiano en medio de la ducha. Los dos se niegan a cambiar la bombona y cada uno vuelve ofuscado a su piso, a sus retos cotidianos, como quitar las pelusas de la alfombra de la entrada o subir las maletas del año pasado  al maletero, en vista de que se acabaron los viajes.
El mundo es imperfecto y a veces solitario, para que los mochuelos vuelvan a su olivo y uno pueda descansar en paz de las manías del otro, pero los dos se mantienen vivos con la esperanza de que algún día se acabará el aceite o se quedarán sin bombillas.
También las personajas y los personajos humanos son urbanizables.

3 comentarios:

  1. Usa usted para el humor mucho amor y también gracia y salero, y originalidad y así se lo pasa de bien quien lee.

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  2. ¡Qué pareja, Dios, qué pareja! Nunca pensé que ser vecino diera para tanto. Y menos mal que el mundo es imperfecto, de lo contrario ¿qué iba ser de estos pobres vagabundos que pululamos por las ondas?
    Como siempre...¡genial!
    Un abrazo

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