Leyendo en sus ojos, se me viene abajo la valentía que da la pura fachada de locuacidad acelerada, y mirandole de refilón, sin palabras, andando a su lado, se me mueven los pies al paso militar del bombeo de su corazón. Hace calor. Me preocupa que algún honesto padre de familia pueda dar un grito, encarando mi busto y haciendo mirar hacia otro lado a su hijo. Sé que antes pude evitar la evidencia cambiando constantemente el vuelo de mi camisa, como un pájaro de alas maltrechas. Me preocupa que se note que desprendo electricidad y calor. Flamear. Me siento la antorcha humana cruzando el semáforo, y todo ocurre tan rápido y tan lento que el segundo en el que rozo sus labios vuelve a ser calor que derrite y enerva, que hubiera congelado y mantenido, que aún ahora despierta la alarma de fuego en el edificio. Me muevo inquieta en mi asiento, intentado evitar que el fuego se propague. Puede que tenga que mandar a un retén a que lo apague. Aunque sea a mano.
Que magnìfica prosa, que encierro mas estupendo de una sensaciòn tan exquisitamente entregada como me la has dejado leer ahora.
ResponderEliminarTe aplaudo, buenìsimo.
Cariños.
Freya
Gracias.
ResponderEliminarA mí también me gusta.
Pero no es mío, sólo lo he adaptado al género femenino.
El autor escribía como Alfred Dreyfus por estas güebes (el puñetero).
Magnífico texto, aunque sea con la ayuda del vecino, pero no obastante muy en la línea de lo que suele verse por este espacio.
ResponderEliminarYa queda menos, para que se proceda a la lectura del último tramo de "la carta". Gracias por tu presencia.
Un beso
En algun lugar he leido que las personas, las cosas... nunca vuelven a ocupar el lugar que un dia disfrutaron.
ResponderEliminarTal vez, la expresion no era así. Tal vez.
Viento del desierto; solo ese hace que todo cambie de lugar.
Pero fuego estático, atrapado en un instante...
ResponderEliminarLo que me faltaba! Con las calores que hoy hacen por aquí, leer esto!!
ResponderEliminarLa niña perdida... inimitable, exclusiva, genial... y sin embargo reconocible. Mira que he cruzado desiertos estériles, vacíos, hasta encontrar este oasis que fertilizas con tus dones, o donas.
ResponderEliminarEstaré por aquí, salvo que te moleste mi olor corporal y me tenga que alejar otros dos mil kilómetros.
No sabes qué alegria me ha dado reencontrarte, niña perdida, de pura casualidad.
Nos vemos/
¡Jopé!, ¡qué alegría, Scila!, ¡siglos ha que no te golía!
ResponderEliminarMesesaltanlaslágrimas.